Muchos pacientes llegan a urgencias con una infección local, y en algunos casos con infección postquirúrgica o postraumática. Las infecciones bacterianas, en particular, pueden pasar a la corriente sanguínea y causar una infección sistémica y una respuesta inmunitaria extrema que deriva en una condición conocida como sepsis [2].
La sepsis puede ser difícil de identificar, sobre todo en sus fases iniciales, y su diagnóstico supone un considerable desafío para los médicos de los servicios de urgencias y de cuidados intensivos. Si la sepsis es detectada demasiado tarde, o el tratamiento antibiótico efectivo no se inicia a tiempo, puede derivar rápidamente en un shock séptico, resultando más letal a medida que su gravedad aumenta. El riesgo de mortalidad aumenta en un 7,6% con cada hora de retraso en la administración de tratamiento antibiótico en pacientes con shock séptico hipotensos [3-4].

A partir de datos de Kumar et al. Crit Care Med 2006; 34:1589–96
A pesar de que las estrictas directrices para aplicar terapias precoces y efectivas han ayudado a mejorar las probabilidades de supervivencia, las tasas de mortalidad y morbilidad asociadas a la sepsis siguen siendo mayores que las de cualquier otra patología de origen infeccioso. La sepsis se detecta cada vez más en pacientes que llegan a los servicios de urgencias, sobre todo entre los aquejados de problemas del tracto respiratorio superior, como la neumonía adquirida en la comunidad, y con especial prevalencia en los ancianos [5].
En la última década, el número de casos notificados en los servicios de urgencias se ha triplicado, superando al de infartos de miocardio. Se dan más casos de sepsis que de SIDA y cáncer de próstata, mama y pulmón juntos [2, 4].
Como la patogenia de la sepsis no se comprende aún del todo, y no existe un tratamiento específico disponible, el diagnóstico precoz es fundamental para poder iniciar un tratamiento antibiótico efectivo sin demora y asegurar con ello el mejor pronóstico posible para el paciente [3].